Por segunda ocasión la Universidad de Guanajuato ha tenido a bien organizar el coloquio El Porvenir del Paisaje. Arte y naturaleza, a celebrarse a finales de setiembre. Un encuentro académico que busca conectarse con los decisores políticos y la sociedad civil con el fin de promover el uso del paisaje como herramienta de análisis y de gestión en el desarrollo de políticas públicas territoriales y ambientales. Se trata de un loable envite dado que ese uso es muy escaso todavía en México. Las causas de ello parecieran a un explicarse por el pobre desarrollo de una cultura del paisaje en México desde el último cuarto del siglo XIX a la fecha, momento que lo harán otros países. Se suma a ello que en México se ha ignorado la rica cosmovisión de los distintos grupos indígenas con respecto a sus valores territoriales y paisajísticos. Todo ello, ha conllevado una exigua presencia del paisaje dentro del marco jurídico mexicano y, por tanto, una escasa implementación del uso del paisaje como elemento de gestión, de ordenamiento y de protección en determinadas políticas públicas relativas al territorio y al medio ambiente. Algo que ya están empezando hacer algunos países latinoamericanos y desde hace años se realiza en los europeos.
Decíamos que es casi nula la presencia del paisaje en la legislación, con apenas menciones en algunas leyes relacionadas con diversas cuestiones ambientales. Un hecho que pudiera cambiar próximamente, debido a la creciente actividad desde la academia en relación a esa cuestión y el creciente interés sobre el paisaje de ciertos sectores de la sociedad civil mexicana, con congresos como el organizado por la Universidad de Guanajuato.
Así, cada vez más, se observa la aparición de asociaciones y el desarrollo de congresos y jornadas, con especial predicamento en los últimos cinco años. Algo similar se observa analizando las actividades hechas en las universidades mexicanas en la última década. Por un lado, han aparecido posgrados desde diversas disciplinas donde el paisaje es el elemento medular. En cuanto a las publicaciones ha habido un crecimiento de éstas, especialmente de monografías y libros coordinados que ha servido para sentar las bases para indagar sobre el paisaje, ya no sólo desde el estudio de caso concreto y focalizado en un espacio geográfico sino para tratarlo en términos teóricos, conceptuales y de gestión. Aun cuando falta un largo camino por recorrer, se puede decir que hay un creciente interés por y en el paisaje, mismo que se está construyendo y discutiendo desde diversos frentes, casi todos de profesionales y académicos, quizás todavía desconectados entre sí y quizás, no buscando saber lo que es el paisaje como concepto y aún mal usándolo como una suerte de palabra comodín.
A pesar de ello, el uso del paisaje como elemento de gestión en las políticas públicas todavía requiere de mayores esfuerzos, pues es un elemento ignorado por los decisores políticos que siguen asumiendo, cuando lo hacen, posturas reactivas ante las muchas problemáticas territoriales y ambientales que se dan en el país, y que cada vez más están sujetas al escrutinio de la opinión pública.
Hay que recordar, que usar el paisaje como elemento de gestión forma parte de los avances que muchos países han hecho para poder gestionar más y mejor su territorio y su medio ambiente. El paisaje, libre de su concepción romántica y pictórica que tristemente aún impera en México es un concepto analítico de la realidad. Tiene una capacidad muy significativa: el paisaje permite integrar hombre y naturaleza, rompiendo así, una dicotomía anclada en el racionalismo mecanicista. Esta cualidad es primordial para revalorizarlo, pues así, se convierte en un elemento que fortalece el discurso de integración del hombre en los procesos naturales que reclaman los nuevos planteamientos derivados de la ecología política y que derivan en un nuevo humanismo que busca alternativas a un sistema con altas tasa de deterioro ambiental y proclive a la deshumanización. Esa misma característica explicaría el papel del paisaje como baremo de calidad de vida y bienestar que numerosos estudios ya documentan fehacientemente. De igual forma, el atender a la capacidad del paisaje de integrar hombre y naturaleza lo convierte en una construcción social, donde ambos están entrelazados expresando una variedad de resultados tan rica como las posibles relaciones que se dan entre el hombre y la naturaleza. Además, dado lo dicho, puede ser considerado como un bien común en tanto un recurso social y cultural poseído por un colectivo humano que ve en él valores tangibles e intangibles asociados con relaciones sociales y políticas construidas a lo largo de tiempo. El hecho de que un colectivo amplio como una sociedad o una comunidad, lo puede considerar como propio promueve y obliga a un uso equitativo para todos, probablemente gestionado por la comunidad que lo considera como suyo. El paisaje, además cumple otras características para ser bien común: es insustituible y es también, multifacético, tanto como ejercicio de percepción como de interpretación y nos remite a la idea de pertenencia al territorio de donde somos o donde vivimos.
Texto publicado en la Revista Insula Barataria,32, Agosto 2019