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Martin Checa-Artasu

Doctor en Geografía Humana

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Arquitectura, Ciudad, Paisajes, Patrimonio / 7 enero, 2019

LA IRONIA EN EL PAISAJE DE SAN MIGUEL DE ALLENDE.

La historia suele estar repleta de ironías, muestras del devenir más o menos controvertido, del hombre en el mundo. Una de éstas se deja entrever cuando miramos el paisaje de la ciudad de San Miguel de Allende. Desde cualquier lugar que uno busque: el amplio Mirador del Caracol, alguna empinada calle de la colonia San José o la terraza de algún lujoso hotel, se observa una población de casas bajas, coloridas, con tonos verdes ajardinados, con pocas distorsiones que ha tomado las colinas y barrancas cercanas al ritmo de su éxito turístico y del crecimiento urbano detonado por éste. Se trata de una morfología más o menos homogénea delimitada por los cerros, por el casi oculto arroyo de los Cachinches, la presa del Obraje y la presa Allende que desde 1968 acopia las aguas del rio Laja. Esa homogeneidad que se nutre de un pasado colonial y un devenir en el siglo XX marcado por el desarrollo turístico, entendido como una forma distinta de encarar el supuesto desarrollo del milagro mexicano, se rompe gracias a dos elementos arquitectónicos que desde finales del siglo XIX son omnipresentes en el skyline sanmiguelense.
Uno, la torre de la parroquia de San Miguel Arcángel, mazacote gotizante de cantera rosa, construido entre 1880 y 1888 e instigado por el primer obispo de León, nacido en San Miguel: José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos (1820-1881). Un prelado éste que por ser el primero de la diócesis y dada la coyuntura política que le tocó vivir, estimuló la construcción de más de un centenar de templos a lo largo y ancho del territorio que le tocó gestionar.

Paisaje urbano de San Miguel de Allende, MCHA., diciembre 2018

El otro elemento es la cúpula de la iglesia del otrora Real Convento de la Purísima Concepción, popularmente conocido como “Las monjas”, levantada entre 1880 u 1882. Una cúpula de doble tambor, festoneada por las esculturas del tallador: Estanislao Hernández, que según el Dr. Atl estaba inspirada en la de los Inválidos de París. Una elucubración propia del volcánico artista que obliga a decir que ésta se levantó para cubrir un templo que, por cuestiones económicas debidas a un error de cálculo del arquitecto del convento, el tapatío Francisco Martínez Gudiño, había quedado sin una digna cubierta, cuando fue fundado en 1756 por Sor Josefa Lina de la Canal Hervas (1736-1770), hija del ilustre sanmiguelense, Tomas Manuel de la Canal, rico prócer de esa villa. Sor Josefa gastó parte de su herencia en el convento que dejó sin cúpula y creando una orden, las Concepcionistas, en su villa natal, siguiendo al parecer la voluntad de su padre. El claustro del convento hoy está ocupado por el Centro cultural Ignacio Ramírez “ El Nigromante”. Éste, otro ilustre sanmiguelense, conspicuo liberal anticlerical decimonónico.
Ambos elementos arquitectónicos, la torre y la cúpula, fueron construidos y probablemente, proyectados siguiendo la inspiración basada en unos grabados o los consejos de sus religiosos clientes, por Zeferino Gutiérrez Muñoz (1840-1916). Un albañil y cantero indígena nacido en San Miguel de Allende quien, siguiendo una tradición artesanal anclada en la colonia, dejó muestras de su actividad en la región, a lo largo del último cuarto del siglo XIX y primeros años del siglo XX. Efectivamente, Zeferino Gutiérrez construyó en Dolores Hidalgo, la parroquia de la Asunción entre 1875 y 1878 colocándole una voluminosa torre pórtico neogótica. En ese mismo municipio diseño y construyó entre 1871 y 1873 el altar mayor de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, la misma de la que partió Miguel Hidalgo en su grito de independencia. Ya en San Miguel de Allende en 1876 hará el pórtico y el atrio de la Ermita, en el camino real a Querétaro. En 1877 firma como su obra, el altar mayor de templo Oratorio a San Felipe Neri. Ejemplo de su probablemente, mejor habilidad, la de hacedor de altares, todos de hechuras neoclásicas. En años venideros realizará el altar del templo de San Juan de Dios en 1891, el del templo de Santo Domingo en 1907 y la torre campanario del templo de San Rafael en 1896, esta con decoración neogótica. También, hará trabajos de cantera para edificios civiles como los del Mercado Aldama en 1901, hoy medio derruido y convertido en una exitosa cafetería y los de la reforma de la casa Lanzagorta en la céntrica calle Correos.

Sin embargo, sus dos obras más conocidas serán la cúpula de Las Monjas y la torre de la parroquia de San Miguel, ejemplos de conjunción entre el aprendizaje autodidactica del albañil y del exceso arquitectónico de quién buenamente, hace lo que entiende y puede.
Hoy a finales de la segunda década del siglo XXI, cuando esta ciudad guanajuatense recibe premios y reconocimientos globales por su condición urbana y turística y su casco histórico desde 2008 amerita ser patrimonio de la humanidad por la UNESCO, resulta una ironía que sean esos dos grandilocuentes elementos los que más se reconozcan en el paisaje de San Miguel de Allende. Y lo es porque, por un lado, muestra el peso que la Iglesia católica tuvo en esta región del Bajío a lo largo de la época colonial, a finales del siglo XIX, durante el conflicto cristero (1926-1929), durante las décadas de los cincuenta y setenta a través de las encendidas proclamas del párroco local José Mercadillo Miranda, próximo al sinarquismo y aún hoy en día. Todo ello, a pesar de la supuesta globalización y apertura que otorgan los miles de turistas que la visitan y la activa colonia de expatriados estadounidenses y canadienses que allí reside.
Por otro lado, no deja de ser irónico, que sean las obras realizadas por un humilde albañil las que identifiquen una ciudad hoy terciada por el glamour de un sinfín de bodas, de varios talleres de artistas plásticos y otros creadores y algunas tiendas de marca. Las dos obras son, además, un remoque si atendemos a la historia de San Miguel en el siglo XX, brillantemente relatada en el reciente libro: San Miguel de Allende. Mexicans, foreigners and the making of a world heritage (2018) de Lisa Pinley Covert. Donde las posturas encontradas entre dos maneras de ver el desarrollo, la vida y las posibilidades económicas marcaron el ritmo de esta villa guanajuatense. Que para unos era un remanso de paz donde el tiempo se había parado y para otros, un lugar de escasas oportunidades, de trabajos serviciales que forzaban a migrar.
De alguna manera, la ironía se culmina, al revisar la historia fundacional de San Miguel, otrora villa fronteriza, creada en 1547, tras las guerras chichimecas, que supusieron la derrota y subyugación de los pobladores originales de esas tierras a manos de la Corona española y del peso ideológico de la omnipresente Iglesia católica, que en el siglo XVII y XVIII llenó la ciudad de templos, colegios y conventos. La Iglesia católica, brazo ideológico de la conquista española, representada en San Miguel por un ejemplo de sus efectos. El albañil indígena, creyente a la par de constructor. El pueblo trabajador a la par que obediente que se muestra a pesar de los influjos neoliberales de la turistización enloquecida, hoy encaminada a una preocupante especulación inmobiliaria asociada a una gentrificación turística bien desarrollada como advierten algunos estudios.

Texto publicado en Revista Ínsula Barataria número 26, febrero 2019, p.14-15.  https://issuu.com/revistainsulabarataria/docs/febrero_2019

Filed Under: Arquitectura, Ciudad, Paisajes, Patrimonio Tagged With: arquitectura, historia, paisaje, San Miguel de Allende

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